miércoles, 21 de enero de 2015

Jekyll & Hyde

Me habla y me pierdo en su mirada. Ella sonríe. Yo también. Llevamos horas jugando este juego de no amor simulado, de sonrisas cómplices. 
Los dos sentimos lo mismo, se nota en nuestros ojos.
Cualquiera diría que esta es una pareja mas, disfrutando una tarde-noche de domingo en la ciudad, tratando de ganarle a la rutina.
Lo cierto es que recién  es la tercera vez que nos vemos personalmente. Ella con su historia, yo con la mía.
Me encanta todo lo que me dice, todo lo que me cuenta.
Pero hay algo que no puedo evitar.
En un momento, aunque lo que me cuenta me tiene fascinado, algo en mi se inquieta.
Algo surge desde atras de mi cerebro y se abre paso hasta instalarse como una necesidad básica.
Quiero romperle la cara a piñas.
Tan simple como eso.
La veo sonreír, hermosa y feliz, y yo solo pienso en agarrarla del cuello y desfigurarla a golpes, verla sufrir, arrancarle lágrimas a fuerza de nudillos y hacerla sangrar hasta que se convierta en una masa roja y deforme.
Instintivamente me sueno los dedos.
La tomo de las manos y la sigo escuchando atentamente, tratando de alejar de mi cabeza la imagen de su cara destrozada por los golpes.
Sonrío.
Decidimos alejarnos del bar, recorrer la noche porteña.
El aire fresco me hace bien, casi ni recuerdo haberla querido moler a golpes.
La acompaño a tomarse el colectivo (ya son las 2 de la mañana).
Mientras lo esperamos nos besamos y nos decimos cosas hermosas al oído.
Nos miramos y sonreímos.
Ella se va.
Yo me voy a dormir.
Mis ganas de fajarla me van a dar sueños eróticos.
La quiero volver a ver...